Publicado en Revista de Terapia Gestalt Nº 39/2019. ///
“La Gestalt se ocupa de reconocer la realidad. No hay nada que inventar, la realidad es que somos mortales. Si uno no tiene conciencia de eso, es que está dormido, que está mirando para otro lado” Naranjo. C. 1
En el año 2002,
Noemí Casabón y Ángeles Jorge realizamos varios talleres
de crecimiento personal sobre la vivencia de la muerte y la sombra; en base a
algunas experiencias recogidas y entrevistas realizadas a personalidades expertas
en la materia, escribimos la tesina que fue presentada el siguiente
año en la AETG, bajo la tutoría de Vicens Olivé. Algunos de las
párrafos de este artículo son parte literal de esa tesina, algunos otros han
sido reformulados y unidos a
bibliografía más actualizada.
Los talleres que impartíamos en
ese momento se dirigían a personas interesadas en profundizar en
su autoconocimiento, utilizando la vivencia de la muerte como recurso
terapéutico.
La vivencia de la muerte es un
elemento de aprendizaje que no resulta ajeno a nadie, incluso si lo niega.
Sirve como potenciador de conciencia. Cataliza el impulso natural del ser
humano de llegar a lo más profundo de sí mismo, impulso que en términos
generales, y especialmente en la sociedad actual, se diluye y
pierde en entretenimientos más superficiales.
La riqueza terapéutica que
proporciona un contacto cercano con la vivencia de la muerte puede ayudar a
reducir nuestra neurosis, y seguro que el lector, si ha pasado por el contacto
de una experiencia así, sabe de lo que estamos hablando. Entendiendo por
neurosis, la huida del contacto con lo verdaderamente esencial, y real de lo
que siente; ese “darse cuenta” de lo presente, no en campos intermedios
evitando lo doloroso, lo molesto y
también lo amoroso.
Desde la perspectiva de
considerar la vida como un camino que lleva a alcanzar un mayor grado de
conciencia, la muerte puede servir como elemento indicador de que estamos
recorriendo un buen camino para nosotros. Si cada día al levantarse uno se
preguntara “Si este fuera mi último día de vida, ¿qué deseo y qué es lo
verdaderamente importante hacer?” se podría dilucidar mejor qué es lo que
la persona entiende como esencial.
Cada persona entiende la muerte
de forma diferente. Comprobamos que en algunos casos, el concepto de
la muerte está influenciado, además de
la cultura, educación recibida; por la historia vivida y cómo todo
ello afecta a su postura ante la posibilidad de morir. Tal y como
dice Campins, I., en su entrevista, “según se vive, así se
muere”.2
Así pues, ante la propuesta de
dibujar cómo cada participante entendía la muerte se observó
que María entendía la muerte como descanso, lo duro es la vida. En
este caso su historia personal es toda una vida de enfermedad y
sufrimiento físicos. Sin embargo, para Alicia*la muerte emerge como una
danza bailando con la vida. En su vida existe mucho movimiento,
trabajos, relaciones que empiezan y se acaban. Existen grabados del siglo XV
que dejan patente esa idea: personas bailando con forma de calavera,
representaban el significado de la muerte en esa época. 3
La
terapia gestalt está muy cercana al concepto de muerte. En efecto, si
tomamos el presente, el estar en el aquí y ahora como referente, lo que ocurre
en este momento deja de existir en el siguiente instante.
Ya Krishnamurti mencionaba este concepto: que lo importante no es la muerte que
vendrá, sino ir muriendo a todo lo que va pasando. Si morimos a todo, no hay
pérdida ninguna.
Este fue el caso de Alicia, con
dificultades para asumir el dolor de una infancia con un padre
maltratador, optó por enfrascarse en el trabajo, al que dedicaba todo su tiempo
y energía. A sus 45 años consideraba que había llegado a la mitad de su vida,
y sin haber podido establecer una relación de pareja que le
nutriese. Escribió en su propio epitafio (“Mucho éxito y poco amor”) Esa experiencia
la colocó en el aquí y ahora de su vida. Por primera vez,
se dio cuenta de la pobreza de su vida emocional, a pesar de lo
cómodo de su situación económica y decidió concluir su proceso terapéutico para
tener una “segunda mitad de vida” con mayor amor por sí misma en todas sus
dimensiones.
Darse cuenta en el Aquí-y-ahora. Impermanencia
Uno de los pilares básicos
de la gestalt, el “darse cuenta” que Paco Peñarrubia lo
clasifica como el apellido más simple y descriptivo que se le ha dado a la
terapia Gestalt “terapia del darse cuenta”. 4
El trabajo con la muerte obliga
casi necesariamente a darse cuenta, cuando menos de
la impermanencia de la realidad física. A pesar de observarla
continuamente: cambio de estaciones, pasar del día a la noche, abrir o cerrar
los ojos,… no se toma conciencia de ello. La mente consciente generaliza y
engloba, perdiendo el punto de vista de la impermanencia: a las olas que
se suceden en la orilla del mar, las vemos como “iguales” cuando cada una de
ellas es única y diferente. En lugar de apreciar la individualidad de cada
instante, generalizamos. Cada respiración que realizamos nos convierte en seres
diferentes: al tomar conciencia de que puede que la siguiente sea la última
inspiración a realizar en la vida, cada instante adquiere un valor y un
significado que difícilmente le atribuimos por término medio. Desaparece el
sentido de “matar el rato” o “pasar el tiempo”. De repente, el tiempo se
convierte en lo más valioso y lo más útil para la expresión del yo.
Al asumir
la impermanencia de lo físico, necesariamente el ser humano se
enfrenta a lo que ocurre una vez lo material desaparece. ¿Qué es lo que queda,
si es que queda algo? ¿Qué es lo que está por encima, o más allá, de la vida
material, la que nos resulta palpable y observable por los sentidos?. Preguntas
tan necesarias en estos momentos sociales que nos toca vivir, dónde la carrera
hacia el “conseguir cosas” (títulos, status o más seguidores de
“Instagram”) sea lo más importante y valioso del día.
Puede que en el
trabajo vivencial con la muerte, no surjan tales cuestiones
transcendentales, ya que dependerá del momento vital y/o estado de conciencia
de quién lo experimente, pero sí se abre la puerta a lo emocional, a lo más
auténtico, al corazón… Surge un sentimiento de amor que tiñe hasta las acciones más
pequeñas, y la vida recobra un significado que quizás perdió en el camino de la
cotidianidad.
El hacer presente la
muerte nos lleva a lo más recóndito de nuestra psique. Obliga a darse
cuenta de lo no visto: Aparecen los miedos, a veces ocultos a nuestra
gnosis, miedos en definitiva al exterminio de nuestra existencia. Miedo a tocar
lo desagradable, lo molesto, lo doloroso. Por debajo de todos ellos aflora el
otro extremo de la polaridad, el miedo a la vida. Como todo sistema de
opuestos, cuando tocamos uno, surge el extremo opuesto, aunque no lo hayamos
percibido. El miedo a la muerte conecta con el miedo de vivir el momento, de
sentir lo que sea que siento: es como vagar por la vida con la muerte en el
hombro pero no viviendo por si muero. El miedo al futuro, a lo que
tiene que venir, y para ello el mecanismo de compensación consiste en fantasear
sobre lo que tiene que llegar. Esta constituye otra de las trampas que nos
tendemos para evitar el presente.
La propuesta que hace
Friedländer 5 con el concepto de “punto de
la indiferencia creativa” o “punto de
equilibrio o vacío fértil” como posteriormente acuñó
Peñarrubia 6. Es un punto desde donde
observar los opuestos, viendo las diferencias, ya que todas las
cosas existentes están determinadas por las polaridades. Ponerse en el punto
cero, como una posición neutra entre dos opuestos. Es un lugar para mirar los
dos lados de una polaridad, como es el de vida-muerte. Mirar desde el aquí y
ahora equivaldría a estar en el punto cero, un lugar neutro desde donde
contemplar ambos extremos.
La importancia de vivir en el
presente nos ayuda a ir desprendiéndonos de los mecanismos automáticos de
evitación del contacto que hacen que nos convirtamos en seres robotizados sin
conexión con los sentimientos. En la medida que aumento y permanezco presente
en el aquí y ahora, aumenta mi conciencia y asumo mis comportamientos, mis
sentimientos, mis pensamientos y por tanto, mi propia vida.
Un ejemplo para ilustrar este
punto es el caso de una mujer de 55 años, a la que llamaremos Laura, que venía
a consulta porque hacía años que padecía colitis ulcerosa, cosa que le incomodaba
bastante y le impedía hacer una vida como ella quería. Manifestaba mucho
miedo a la muerte y durante el proceso terapéutico murieron varias
personas cercanas. Comprendió que su colitis era el síntoma que su cuerpo
manifestaba, mostrando el miedo que tuvo cuando perdió a su madre con siete
años. Se había desconectado de sus emociones y en lugar de ser y sentir, se
puso en la actitud de “hacer para no sentir”. Su cuerpo se revelaba ante
su desconexión y manifestaba sus miedos y la ansiedad de esa forma. La
psicofarmacóloga Candace Pert, describe así los síntomas
psicosomáticos: “Si reprimimos la expresión de las emociones, también
reprimimos nuestras funciones orgánicas, lo que a la larga produce enfermedad o
malestar, ya que se trata de una parte intrínseca de funcionamiento del cuerpo”
7
En la medida que Laura fue
asumiendo sus miedos ocultos, fue naciendo en ella más presencia en el
presente y una capacidad de disfrute que antes no estaba desarrollada. El
contacto con lo dionisíaco le fue sanando de su enfermedad física y también de
su padecimiento psíquico.
En algunos de los pacientes se
observó, que iba naciendo un
interés en la dimensión espiritual a medida que se hacían más
libres en su expresión emocional.
Pert C. lo expresa así: “Las emociones no
son sólo moléculas físicas del organismo, sino una vibración, una energía que
influye sobre el mundo. De hecho, creo que las emociones son un puente no sólo
entre la mente y el cuerpo, sino también entre el mundo físico y el
espiritual”. 8
Cerrando Gestalts y Autorresponsabilidad
El trabajo con la muerte
despierta una fuerte necesidad de resolver asuntos pendientes, incluso los más
antiguos y en especial los relativos a los seres más allegados. Ponernos en
situación de “como si” uno dejara esta vida le conecta automáticamente con
lo más prioritario de la vida, con el impulso auténtico, con la verdadera
necesidad. Se restablece la autorregulación organísmica del
individuo. Y devuelve a la persona la responsabilidad de asumir su propia vida.
Así ocurrió con Lucía, quien
después de la visualización de toma de conciencia con asuntos inconclusos en el
taller de la muerte, dijo que hablaría con su padre (en este caso vivo) con el
que tenía muchas cosas por expresar. En el transcurso del taller observó que
tenía sentimientos de rabia hacia su padre por no haber impedido el suicidio de
su madre cuando ella contaba nueve años.
Las situaciones inconclusas son
de vital importancia en los procesos de despedida. En ocasiones el proceso de
despedida está bloqueado porque la persona se aferra al vínculo con el sujeto.
En la mayoría de casos es debido a que quedan asuntos por
concluir, gestalts inacabadas. Pueden ser sentimientos que no fueron
expresados, tanto positivos como negativos.
Las gestalts inacabadas hacen que
se conviertan en patrones de repetición, Freud 9 denominó ”impulso a la
repetición”, un impulso compulsivo e inconsciente que nos lleva a
intentar cerrar lo pendiente.
Cerrar gestalts, acabar
los asuntos inconclusos permite que fluya de nuevo el flujo energético, que la
persona lo experimenta como un impulso de vitalidad.
Consecuencia asimismo de
concluir gestalts es que surge el orden: si una vida está
desordenada, aparece como figura lo prioritario a hacer, lo importante a
realizar antes de morir. El intervalo de tiempo antes de morir que uno percibe
condiciona el quehacer diario: si aparece la conciencia de muerte, resalta lo
importante a realizar y la urgencia de realizarlo. Reconciliaciones,
confrontaciones, aproximaciones o huidas largamente evitadas aparecen
repentinamente como imprescindibles de realizar. Nos da fuerza
y motivación necesarias para hacer las cosas que tenemos pendientes. Y
nos acerca a las personas más importantes de nuestra vida. Un ejemplo
ilustrativo de esto fue el caso de Diana en el taller de la muerte. Tras
el ejercicio de aceptación de su propia muerte pudo integrar la posible
muerte de su padre, que padecía una enfermedad al corazón. Al mismo
tiempo, se dio cuenta de que se pasaba la vida sufriendo por si algún día
fallecía su padre, olvidándose de disfrutar el tiempo que fuese que le quedara
de vida.
Concluir gestalts da un orden y
un sentido a la vida, lo que redunda en que la persona ocupe su lugar en su
familia, en su trabajo, en los sistemas que le importen, y determine un aumento
del bienestar de la persona. Por ello es importante comunicar al enfermo
terminal que se va a morir. Aunque evidentemente dependerá de si la persona lo
quiere saber o no. El enfermo tiene la oportunidad de cerrar asuntos
inconclusos, y de dejar su vida en orden. La ventaja de este “orden”, de este
asignar prioridades que aparece, frente a un imponer orden desde lo neurótico
es que este orden deriva de la necesidad imperiosa de ser uno mismo, mientras
que en la neurosis el impulso es el de alejarse de lo esencial. En este
mostrarse públicamente ya no hay miedo, porque no hay pérdida: se está
asumiendo la pérdida principal, que es la pérdida del yo. Por lo tanto, lo que
a la persona le resulta importante proviene del deseo de ser yo,
independientemente de estructuras egoícas. Asumir la desaparición del
cuerpo y centrarse en lo emocional tiene como consecuencia directa el
obrar lo que se puede obrar desde lo físico, que se pone al servicio de lo
esencial para canalizar hasta el final los deseos, necesidades y apremios
más personales, en contra de lo superficial, innecesario y exterior a uno
mismo.
El darse cuenta que surge de
imaginarse muerto repercute en el autoconcepto que la persona tiene de sí
misma, que puede variar radicalmente. Desde la perspectiva de la muerte, se
adquiere la capacidad de verse a uno mismo con prístina claridad. Es el caso
del universalmente leído Cuento de Navidad, de Charles Dickens. El
protagonista se enfrenta a su pasado, su presente y su futuro, en un proceso
que podría ser similar al de morirse en el que, según cuentan las personas que
han pasado por una experiencia cercana a la muerte, se ve como en una película
la propia vida. La resignificación de cada instante conlleva el desear hacerse
cargo de cada uno de ellos.
Sólo yo puedo sentir mi propio
yo, y sólo yo soy responsable de darle salida a lo que yo soy. El resto de los
seres humanos se convierten en posibles receptores de aquello que yo doy, de
aquello que yo percibo, siento o pienso. Puede que un mal funcionamiento, un
bajo grado de conciencia o una falta de impulso amoroso me haya llevado a
incomunicarme, a mal-expresarme, a declinar mi propia responsabilidad sobre
otros, pero al asumir mi propia identidad, mi individualidad, no puedo dejar de
asumir la responsabilidad sobre mi propia vida. A partir de asumirla, se le da
permiso a la creatividad a expresarse, a manifestarse, a ser… La vida, de
nuevo, se enriquece. Se elige con conciencia y, lógicamente, las decisiones
tienen más sentido, más peso. Se eleva el nivel de compromiso, táctica única
para alcanzar la felicidad.
Puede ocurrir también que en
lugar de ampliar fronteras, lo que se de es un limitar la responsabilidad al
yo: en lugar de hacerme cargo de la felicidad, del amor o la vida de otras
personas, me limito a mi propia parcela, a mi propia vida, a mi propio cuerpo.
En lugar de perseguir hacer feliz a mis padres, mi pareja, mi jefe, mis
amigos… me dedico a hacerme responsable de mí. La carga que puede
haberse llevado hasta el momento se aligera. Es un alivio ocuparse únicamente
de uno mismo y dejar que los demás se hagan cargo de sí mismos. En todo ello,
puede aparecer la transparencia de mostrar quién soy así como la dignidad del
yo soy. Al surgir la dignidad que implica el hacerme cargo de mí mismo, se le
deja espacio al otro para que asuma su propia vida, sus propios asuntos y
responsabilidades: se le permite que acceda a su propia dignidad.
El tomar conciencia de la
muerte es tomar conciencia del camino a recorrer. Repercute en asumir dónde se
está, de qué se dispone, qué es lo realmente propio y qué es ajeno.
Las conclusiones de qué es lo
propio acaban por referirse:
Al cuerpo, es lo que marca
el principio y el final de nuestra existencia en el plano físico. Asumirlo
implica tenerlo en cuenta, escucharlo más, alimentarlo y cuidarlo mejor.
También implica una mayor identificación con él, el valorar lo que ha dado, y
lo que puede dar. Implica una apertura a lo sensorial, a los sentidos, a
escuchar, ver, oír y tocar, que es una apertura al mundo físico y material.
Implica necesariamente estar en el presente, prestar atención al aquí y ahora,
en lo físico. Con la apertura de los sentidos, con la conciencia corporal,
aparece el placer. Incluso si se vive el dolor, si se permite que ocupe un
lugar en el cuerpo, si la voluntad se rinde al cuerpo, aparece la calma y, si
el dolor es limitado, también el gozo de disponer de un cuerpo.
A lo mental. Esta dimensión
corresponde a las creencias, imágenes, pensamientos. Hacerse cargo de los
propios pensamientos redunda en una mejor vida.
A lo emocional. Se presta una
mayor atención a las emociones más profundas, sentimientos propios y
necesidades del corazón. Se minimiza el torbellino de emociones secundarias, de
emociones “prestadas” o “adoptadas”, a favor de las propias, de las esenciales.
La conciencia se dirige a lo más auténtico de uno, y surge una necesidad de
transparencia y de comunicar a las personas queridas lo verdaderamente
importante. Podría decirse que la vida intelectiva decrece, dando un mayor
espacio a la emocional.
A lo espiritual. Puede hacerse
importante la dimensión espiritual, que es un proceso interno. Se
plantea la creencia de si hay una vida después de la existencia física, otra
dimensión, Dios, o algo más grande que el hombre. Dependiendo del nivel de
conciencia y de la persona, esta parte puede o no presentarse o asumirse.
Dolor y evitación del contacto
El contacto implica una
conciencia activa, prestando atención al percibir de mí mismo, de mí cuerpo, de
mis sentimientos. El contacto implica localizar, identificar y aceptar la
existencia de eso que ha estado oculto en la sombra, que ha estado negado. Una
vez se pone luz a lo oscuro, a lo oculto, se empieza a integrar, a
asimilar. Aparece una nueva dimensión de la conciencia. Claudio Naranjo en su
entrevista lo nombra como “en el momento que se puede dar cara ante lo feo, ya
no es tan feo”. Un ejemplo de esto se vio en el taller de la muerte: a través
de la visualización del dolor, Lorena conectó con un antiguo dolor,
el dolor de haber perdido a su madre a los nueve años y no haber podido llorar
su muerte a causa de la prohibición del padre, que no permitía las
lágrimas. Conectar con ese dolor oculto, la liberó y a su vez le dio una
percepción más amplia de sí misma.
Contactar con el dolor puede
transformar a la persona, si uno aprende a cambiar la actitud ante el dolor.
Tenemos dos opciones ante las circunstancias dolorosas de nuestra vida: una es
dejar que esas situaciones nos endurezcan y nos hagan cada vez más resentidos y
miedosos y otra es permitirnos sentir el dolor, pasando por él y con ello
aprender a ser más humanos. Ello nos ayuda a adoptar una actitud más abierta
ante lo que nos asusta. Para ello es imprescindible pasar por un proceso de
trabajo personal que implica asumir las dos caras de la vida.
La evitación del dolor puede
crear una coraza que rodea nuestro corazón. Hay quien piensa que no tiene
aflicciones. Este es otro aspecto de nuestra rígida negación y autoprotección.
Levantamos muros protectores hechos de opiniones, prejuicios y estrategias,
barreras construidas por el profundo miedo a que nos hieran. Se
puede pensar que el dolor es una tristeza trascendental, pero es algo más
sutil. Todos sentimos dolor, pero si acorazamos nuestro dolor, éste se revela
como autocrítica, como miedo, como sentimiento de culpa, como cólera y
reproche. Es la insistente crueldad con nosotros mismos. Nuestro dolor es
nuestro miedo delante de una pérdida, nuestro miedo frente a lo desconocido,
nuestro miedo a la muerte. El dolor es la soga que nos abrasaba cuando lo que
más queríamos queda fuera de nuestro alcance.
Debajo de la armadura se oculta la ternura y la compasión, el
amor.
Consideramos esencial trabajar
con el contacto con el dolor, ese dolor acorazado y oculto como algo
imprescindible para tener conciencia de lo amoroso, lo tierno. Mí experiencia
personal (Noemí) ante este tema fue crucial. En el año 2000 tuve la triste
noticia de que mi padre se había puesto enfermo: el pronóstico era bastante
desolador y al cabo de unas horas quedó sin vida. En ese momento, en mi vida
estaba ocurriendo algo maravilloso, acababa de iniciar una relación y me sentía
totalmente enamorada. No podía creer que me ocurriera esto. Para mí era difícil
sentir esos dos sentimientos a la vez, el amor y el dolor. Comprendí que eran
casi lo mismo, que se tocaban en algo que estaba muy cercano. Que los dos se
unían en un punto de vulnerabilidad, de apertura que me hacían sentir como
nunca me había permitido sentir. Conectar con el dolor me hizo conectar con el
amor verdadero, con la entrega, algo muy diferente de lo que había
experimentado hasta ese momento. De manera que estas dos experiencias me
hicieron acariciar los lugares más tiernos que existen en mí y por supuesto
cambió la concepción que tenía del dolor. Ahora diferencio bastante bien lo que
es el dolor natural de la vida y la muerte respecto al sufrimiento innecesario.
En ocasiones la negación a
procesar un duelo provoca el dar la espalda a la muerte. Y esto puede incluir a
todo el sistema familiar con una dinámica oculta de la que la familia no es
consciente. Si no se resuelve, esto puede implicar a varios miembros del
sistema e incluso pasar de generación a generación.
Un ejemplo puede ser el caso
de dos clientes, Juan y Carolina, hermanos de veinticinco y
veintinueve años respectivamente. Los dos acuden a consulta por una depresión
de varios años de evolución. El padre de ambos, desde muy joven, también
padecía la misma dolencia. Indagando en su historia familiar, resultó que ambos
abuelos paternos se habían suicidado ahorcándose con tres años de
diferencia, siendo el padre un niño de corta edad. Carolina dijo el primer día de sesión: “Yo no puedo más
con esto”. Juan también manifestó: “Llevo un peso encima”. Al profundizar
más en la historia, vimos que ellos llevaban el dolor de la muerte
de los abuelos, dolor que el padre no había podido asumir en su momento.
Amor y muerte están unidos por
un fino hilo: los hijos en este caso llevan el dolor del padre, que no les
corresponde, por amor a él. La solución consistió en dejarle al padre el dolor
y la responsabilidad del mismo, dolor que no pertenecía a los hijos. A mis
clientes les costó en un principio aceptar esta solución, pero acabaron haciéndolo,
con la consiguiente mejoría de los síntomas de depresión.
Tal y como
manifiesta Ruppert 10 en su entrevista, “se necesita
ir atrás e irrumpir allá donde la muerte traumática ocurrió, y trabajar
ahí algunas fijaciones que se han producido en los procesos psíquicos”.
(Ruppert. 2003). Se trata de ayudar a la persona a salir del estancamiento
psicológico en el que se quedó atrapado.
Aceptación
Al ver un final a la vida,
puede aparecer un objetivo que le de sentido a la vida misma. Simplifica el
modo de vivir, dirige y alienta en los momentos más duros. Ayuda a vivir más de
acuerdo con la realidad posible, y a aceptarse a uno mismo. Por otra parte, y
también como efecto, aparece la necesidad de lo que necesariamente debe ser
cambiado para que la vida tenga el sentido que se ha percibido que posee.
Este es el caso de Begoña,
mujer que a los 27 años le diagnosticaron una insuficiencia cardíaca.
Consciente por primera vez de su mortalidad, decidió no postergar más su anhelo
de viajar, largamente negado debido a las normas familiares, contraria a ello. Encontró el valor para
enfrentarse a sus padres y decidir sobre su propia vida con su propio criterio.
El tener un objetivo de vida
señala en qué entorno y con quién se desea vivir. Ayuda a comprometerse con lo
que se tiene, y enseña claramente a amar lo que se tiene, más que a lo que se
desea. Del conformarse sin resignación, del inclinarse ante la muerte con
respeto aparece también el respeto a la vida, una inclinación interna a la realidad
con la que nos enfrentamos cotidianamente, y se convierte en un regalo a
valorar y a utilizar “provechosamente”.
De aquí deriva otra de las
importantes conclusiones de este trabajo: aparece una mayor tolerancia hacia
uno mismo y hacia los demás. Al estar de acuerdo con la vida propia, aparece o
aumenta la comprensión hacia lo propio y lo ajeno. Inclinarse ante la vida
tiene el efecto de inclinarse hacia uno mismo. El mayor respeto hacia el yo no
puede sino repercutir sobre el respeto hacia los demás.
Con ello, se favorece la
aceptación de uno mismo, de la propia vida y del propio entorno familiar,
físico y profesional. Aparecen y se valoran puntos de la historia personal que
no se tenían en cuenta, y que, por lo tanto, no contaban en la conciencia del
haber personal. Los mecanismos de huida, de negación, de rechazo al dolor, la
falta de asumir lo oscuro de la propia historia, repercute, en el ocultar
inadvertidamente lo bueno que se ha vivido. Favorecer la aceptación de lo
propio puede destapar los recuerdos de lo negado, de lo no vivido por haber
sido demasiado doloroso, por no haber dispuesto de la fortaleza o recursos en
el momento en que ocurrió. La aceptación y la tolerancia aumentan el grado de
conciencia de lo nuestro, y con ello, la vida se enriquece y se agranda. Si
además, se incluye con la conciencia de lo propio (de lo físico, lo cognitivo,
lo emocional y lo espiritual), se aprecia lo vivido en un número mayor de
dimensiones. A mayor número de dimensiones permitidas, mayor riqueza en lo
vivido, mayor apreciación de lo recogido de las experiencias. Una sola hora de
vida puede conllevar una infinidad de experiencias únicas. El límite lo
establece el grado de conciencia, la conciencia del aquí-ahora, la conciencia
de las propias dimensiones. Si se vive en función de una única dimensión, por
ejemplo, la física, el tiempo es mucho más pobre que si se incluye la dimensión
emocional. Si el mismo tiempo se vive incluyendo cuerpo, mente y
emociones, se enriquece exponencialmente. La muerte actúa como maestra en este
sentido, al ser llave a la apertura dimensional del ser humano.
Amortiguación del “Awareness”
Trabajar con la propia
muerte contribuye a aumentar la capacidad del darse cuenta y parece evidente
que el grado de conciencia se amortigua con el tiempo. La temporalidad de lo
que se asume es lo que Gold llama la “falta de voluntad” (Gold, E.J.2003)11 afirma que
el ser humano carece de la voluntad de vivir con conciencia, que la debe
“adquirir” a partir de alguien que esté enfermo y vaya a morir.
Resulta paradójico el considerar que ya que
la ganancia de vivir con conciencia es tan grande ¿cómo es que se amortigua?
¿Cómo es que cuesta tanto el asumir el nuevo grado de conciencia y vivir
coherentemente con ello?
Para contestar esta pregunta utilizaré un
ejemplo. Cuando yo (Ángeles) obtuve el permiso de conducir, empecé en seguida a
conducir en la atestada ciudad de Barcelona. Estaba completamente pendiente de
cada uno de mis gestos, acciones y respiraciones. Tensa, rígida y en alerta
total circulaba pendiente de todas y cada uno de los momentos que vivía, en un
aquí-y-ahora que dudaba de mi supervivencia. Con el tiempo, fui aprendiendo y
conducir se convirtió en una tarea automática. Hasta el punto de que, cuando
llegaba a casa, me preguntaba si realmente había conducido yo, tan ausente
estaba durante el trayecto.
Una tarde, ya oscuro, pilotaba mi coche por
una carretera desconocida, pero en buen estado. De repente entré en un bache
que no había visto, lo que provocó un traqueteo tanto del auto como de mí.
Inmediatamente, presté atención a lo que estaba haciendo. Volví al aquí-y-ahora
y estuve completamente pendiente de la conducción, atenta y alerta. Durante un
tiempo. El buen estado de la carretera permitió que yo, poco a poco, aflojara
el estado de alerta y volviera a un conducir más automático.
Enfrentarse a la propia muerte equivale a
entrar en el bache. La sacudida de la conciencia nos aparta de los automatismos, es en general
inevitable el prestar atención al yo emocional y se tiene más valor para
enfrentarse a las evitaciones de contacto con la intención de resolverlas.
La mayor capacidad de darse
cuenta tras trabajar con la muerte puede sufrir un proceso de amortiguación,
pero deja un remanente que permite a la persona ver su vida con mayor perspectiva.
Queda algo de la sabiduría que se percibe desde el trabajo. Sería el
equivalente a, en una oscura noche de tormenta, ver gracias a un relámpago que
ilumine el paisaje. Luego, la conciencia no vuelve atrás. Ha visto. Sin
embargo, sí que para la mente consciente parece perder intensidad la sensación
de amor que surge. El hecho es que, a cada nuevo paso hacia la conciencia,
cuando este es asimilado, pasa a formar parte del inconsciente. Se vive desde
ese nuevo grado de conciencia, y se pierde parte de la intensidad, pero ya está
asimilado, integrado. El trabajar hacia el aumento del grado de conciencia
repercute en una mejor calidad de vida, puesto que la persona tiene una visión
más amplia de sí misma, y puede actuar en consecuencia. Los juegos neuróticos
pierden parte de su intensidad, dejando mayor lugar a la esencia de la
persona.
Conclusión
En el trabajo con la
muerte se hace obvio que el amor es ser uno mismo. Ser leal a lo interno,
a lo propio, a lo emocional. Ser leal a los propios sentimientos, pensamientos,
emociones… Mientras me soy fiel a mi mismo, me manejo con conciencia y la luz
de la vela de la conexión con mi esencia brilla más esplendorosamente. Cuando
intento, por amor, ser fiel a otro, me fallo a mí mismo, y necesariamente ha de
aumentar la potencia de la luz de la mente consciente para acallar lo incómodo
de mi infidelidad a mi misma. Y en ese intento de amor, acallo mi esencia, y
fallo en el amor. La separación con mi esencia se paga con separación con los
otros. La pérdida del yo supone la pérdida del encuentro con el otro.
Con la presencia de la muerte,
se considera la tesitura de la pérdida de lo físico, de aquello que es
obviamente consciente. Supone un apagón de lo físico, un sumirse en el aquí y
ahora. Y es ante la pérdida de lo físico cuando surge lo esencial: el amor y nuestra
conexión con él. Darle permiso para que aflore permite la sanación en todos los
sentidos de todo aquel que tiene el coraje de aceptar y expresar lo que es.
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* Para la protección y anonimato de los
clientes, los nombres propios utilizados, son todos ellos ficticios.
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muerte y la sombra desde una perspectiva Gestáltica”. Tesina para optar como
miembros titulares de la AETG, Barcelona. España. Entrevista a Naranjo, C.
- Jorge, A & Casabón, N. (2003). “La
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miembros titulares de la AETG, Barcelona. España. Entrevista a Campins, I
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Traducción
Fernando Gimeno Cervantes.
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